
¿Por qué se producen?
Las rabietas suelen comenzar a los dos años, cuando los niños empiezan a desarrollar su independencia y no les gusta que sus padres les digan qué hacer o no les dejen hacer lo que quieren. No cuentan con el concepto de "después" puedes hacerlo, por el contrario, lo que quieren, lo quieren ¡ahora! y si no lo consiguen la forma de reaccionar es a través de una rabieta. Las situaciones más habituales en las que se suelen producir las rabietas son cuando los niños están haciendo algo y sus padres ordenan hacer otra cosa, cuando se les dice que, y fruto de pequeñas frustraciones. Para entender este comportamiento pensemos que los niños son muy pequeños y no tienen capacidad para expresarse y argumentar su disconformidad con los planes o decisiones de sus padres. Esta incapacidad para expresarse, irrita y frustra al niño. Tampoco sabe gestionar sus sentimientos, así que ¿qué opciones le quedan? La verdad que pocas, dado que no puede hablar sobre lo que le pasa, sólo le queda mostrar su enfado a través de una pataleta. Los niños también utilizan las rabietas para llamar nuestra atención o manipular nuestras decisiones: en este caso estaríamos ante una rabieta voluntaria. ¿Qué NO se debe hacer? • Ceder ante sus deseos. Con la rabieta el niño presiona a los padres y consigue que le den lo que quieren con tal de que se calle. Por eso, no hay que comprarle la golosina que ha generado la rabieta o darle el juguete que le hemos quitado.
Probablemente la rabia cobre intensidad, sobre todo si antes cedías y dejas de hacerlo: no te preocupes y mantente calmado, estará observando todos tus gestos y cuando pase un rato y se dé cuenta de que no consigue lo que quiere, se calmará.
• Pegar o gritar. No servirá de nada que le regañes, le pegues o le grites. Normalmente los niños no saben ni por qué se han puesto así. Esta reacción suya les desconcierta y asusta y no saben cómo controlarla. Si además les pegamos o chillamos, les vamos a asustar más todavía y su reacción se empeorará. • Alterarte o enfadarte. Si te alteras, te pones nervioso, te hace gracia, o tienes cualquier reacción que no sea la de permanecer como si no pasara nada, lo que le estás transmitiendo es que te estás implicando en su rabieta y sólo vas a ayudar a empeorar la situación. Has de enviarle un mensaje claro: le vas a ayudar cuando se calme.
¿Qué hacer cuando el niño se ha calmado? Una vez que se ha calmado y sus nervios empiezan a relajarse, tu reacción ante él sólo ha de ser de cariño y comprensión.
Tu actitud debe ir acompañada de un mensaje en el que le hagas saber que estás feliz porque ya se ha calmado por él mismo. De esta manera estamos desarrollando su autonomía, esa por la que él comenzó la rabieta. Dependiendo del origen de la rabieta has de hablar con él, enseñándole que cuando tenga un problema es mejor pedir ayuda o, si se siente mal, antes de continuar que te lo diga para que le puedas ayudar. Estos son los dos mensajes que han de aprender: La importancia de calmarse por ellos mismos y la importancia de hablar o de pedir ayuda que, en definitiva, supone aprender a comunicar los sentimientos. ¿Podemos prevenir sus rabietas? Para tranquilidad de los padres las rabietas no duran de por vida, pero para gestionarlas y que el niño pueda resolver este conflicto ha de aprender a hablar de sus sentimientos ante las acciones de las demás personas. Es conveniente que analicemos los comportamientos del niño para tratar de averiguar cuándo se producen estas reacciones y si podemos detectar la causa para evitarla. Por ejemplo, fíjate si sus reacciones se producen a alguna hora determinada del día, si ya ha comido o no, si ha dormido la siesta o no, si siempre lo hace cuando pasas por una sección determinada del supermercado, etc. Si te es posible identificar esas situaciones, podrás actuar para evitarlas. Gestionar las rabietas de los niños es una tarea desagradable y complicada para los adultos, que genera sentimientos negativos como el enfado, culpa o tensiones. Hay que tener presente que la calma y mantenerse firme es vital en estas situaciones. Los niños necesitan modelos de comportamiento que les enseñen a gestionar y comprender sus propios comportamientos, y no chillarles o ponerles nerviosos.
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