La incapacidad para tomar decisiones puede conllevar importantes interferencias en tu vida social y laboral. No seas inseguro, descubre cómo coger el toro por los cuernos y aprender a tomar tus propias decisiones.
Vivir es decidirse. La toma de decisiones es una tarea implícita en la vida del ser humano desde sus orígenes. En todos los tiempos y culturas el ser humano ha tenido que hacer elecciones sobre diferentes aspectos de su vida cotidiana. En nuestro día a día la toma de decisiones es una tarea que debemos asumir. No hacerlo puede traer repercusiones importantes puesto que la toma de una u otra decisión deja de ser el problema para serlo el hecho de no haberla tomado.
“¿Y si no decido yo?” Algunas veces puedes tener suerte y que las cosas se “resuelvan solas”, pero, lamentablemente, el tiempo no lo pone todo en su sitio tal y como muchos creen. A veces, o lo pones tú o queda descolocado. No tomar decisiones a corto plazo alivia la incertidumbre de la duda, por lo que a corto plazo el problema parece estar resuelto, sin embargo a largo plazo puedes tener repercusiones importantes como:
-Bajos niveles de autoestima.
-Inhibición social. -Baja tolerancia a la frustración. -Sensación de falta de control sobre tu propia vida. -Interferencias a nivel social y laboral. -Repercusiones mayores por no resolver el problema.
¿Por qué nos cuesta tomar decisiones? Tomar una decisión es asumir una pérdida, y a nadie nos gusta perder cosas. Si bien ésta es la esencia de por qué no tomamos decisiones, lo cierto es que no podemos simplificar todos los casos al mismo motivo. En la mayoría de ocasiones, la combinación de los siguientes factores están implicados en nuestras indecisiones:
-Miedo al fracaso: existen personas que no se permiten el más mínimo error y consideran que siempre deben ser competentes en todo lo que hacen. Por eso, sus decisiones deben ser perfectas. -No saber ver varias alternativas: las cosas no son “a” o “b” ni blancas o negras. Sin embargo, hay personas que no ven más allá de las primeras opciones que se les vienen a la cabeza, por eso, nada les convence. -Falta de confianza en tus habilidades para resolver problemas: algunas personas entran en bucle. Es decir, una vez que han tomado una decisión vuelven a atrás y comienzan de nuevo todo el proceso para volver a elegir, entrando en un bucle infinitivo asociado con importantes niveles de malestar emocional. Algunos estudios sostienen que si bien este tipo de personas tienen buenas habilidades para solucionar problemas, lo cierto es que no confían en dichas capacidades, no se lo creen. Este hecho se asocia a un bajo nivel de autoestima. -Estilos educativos dictatoriales: el modelo paternal autoritario hace que los hijos no reciban un entrenamiento para tomar decisiones a lo largo de su desarrollo personal, por lo que llegan a su vida adulta sin saber decidir. Esto es porque han aprendido a que las cosas ya están decididas por otros. -Dependencia de otras personas: puede ser debido a lo anterior o bien al polo opuesto, es decir, a un estilo educativo sobreprotector donde otros se preocupaban en exceso por facilitarte la vida. -Estilo evitativo de afrontamiento del malestar: algunas personas rechazan tomar decisiones porque se niegan a aceptar el malestar que puede llevar implícita dicha tarea.
De esta manera a corto plazo reducen su malestar, pero a la larga, éste es mayor y además no adquieren herramientas para solucionar los problemas de manera eficaz. -Falta de madurez: a veces se fantasea con la situación ideal aún sabiendo que no la llevarías a cabo, no tomando las riendas de la situación y cayendo en un infantilismo en las decisiones tomadas. -Tendencia a la procrastinación: si lo puedes resolver hoy, ¿por qué dejarlo para mañana?
No caer en el problema de la indecisión no pasa por un cambio de conducta puntual, sino por un cambio de actitud hacia los problemas. Para ello, debemos tener una orientación positiva o activa ante las dificultades, lo que supone verlas como un desafío, siendo optimistas respecto a nuestras capacidades para resolverlas. Para ello, debes asumir que una buena toma de decisión requiere que inviertas tiempo y esfuerzo en su solución. Lo bueno nunca es gratis, sino que requiere esfuerzo.
También debes aceptar que aunque la situación ideal no sea posible eso no quiere decir que la opción tomada tenga que ser mala. Simplemente es distinta.
Por el contrario, aléjate de la actitud negativa al problema. Para ello, no valores la toma de decisión como una amenaza de problemas insolubles, la mayoría no lo son. Mucho menos dudes de tu capacidad para tomar la decisión, pues si tú dudas, harás dudar al resto. Nadie más que tú puede convencerte de tus propias capacidades. Asume también que equivocarse a la hora de tomar la decisión es parte del trato… y de la vida.